Entre el intelecto y la sensualidad

Para el hombre renacentista la pintura perfecta era aquella que fuese capaz de conseguir la ilusión de realidad. El artista que tuviera la capacidad de crear la representación más parecida a la naturaleza gozaba de admiración y respeto puesto que manifestaba el genio suficiente para engañar al ojo con la apariencia de la realidad en una pintura. La postura renacentista consistía en que la pintura debía ser como una ventana, en la que se practicaba la transmisión de ideas mediante la representación de la naturaleza. Esta idea de simulación tiene sus raíces en el concepto clásico de imagen enunciado por el escritor y científico romano Plinio el Viejo. En su Historia Natural, Plinio relata la anécdota de Zeuxis y Parrasio. Los dos pintores del siglo V a. C. acudieron a un concurso para determinar cuál de los dos era mejor artista. Zeuxis deslumbró a todos cuando los pájaros bajaron a picotear las uvas que había representado en su pintura. Cuando llegó el turno de Parrasio...