Alegato a la locura

Cuando una persona sufre un delirio que le hace actuar fuera de las normas establecidas se dice que está bajo el dominio de la locura.

En un principio, la locura fue reconocida como una enfermedad del alma, después, con el tiempo y ​​con Freud, se le denominó como una enfermedad mental, como un castigo de los individuos reconocidos como «locos» hasta que aprendieran a actuar con normalidad. Ello condujo a que tuviesen que comportarse de manera sumisa y ajustarse a las normas aceptadas por la mayoría.

Se sabe que para ello, se instauraron diferentes técnicas o tratamientos de normalización que consistían habitualmente en brutalizar al paciente repetidamente hasta que quedara integrado en la estructura del juicio y el castigo.


Se da por aceptado que los síntomas más característicos que suelen presentar las personas denominadas como «locas» son, entre otros, la pérdida de control, la muestra de sentimientos expresados de forma desinhibida, no atender a las consecuencias que pueden tener sus acciones, perder la línea o el límite entre aquellas cuestiones reales y las que no lo son.

También suele ser muy común que estas personas presenten una escasa comunicación con su entorno y que solamente se expresen a través del lenguaje corporal o que inventen una dialéctica propia cuyo entendimiento se escapa a nuestras estructuras lingüísticas.

Entendemos pues, que se trata de personas que viven en un mundo propio, donde las emociones y los conceptos se entienden e interpretan de manera diferente.

En la categoría de loco se ha encajado a muchos artistas a lo largo de la historia, de hecho, llegó a entenderse la locura en algún momento determinado como una característica en sí misma del ser artista.

Lo cierto es que, de ser así, tendríamos que ampliar dicha categorización (por injusta) a una valoración más equilibrada.

De los ejemplos más emblemáticos cabe reseñar el de Vincent Van Gogh. Como bien se sabe, Van Gogh sufrió una enfermedad maníaco-depresiva. Este trastorno le hacía sufrir alucinaciones, además de estados de confusión y de amnesia. 

Pero durante la irrupción de estos estados de psicosis, su capacidad creadora se desarrollaba tanto cuantitativamente como cualitativamente.


Trigal con cuervos. Vincent Van Gogh. 1890

De hecho, algunos de sus cuadros más famosos los pintó cuando estaba en la fase más aguda de su enfermedad, cuando estuvo internado en el manicomio de Saint-Rémy.

Podemos hablar también de la locura inventada de Salvador Dalí. Una locura controlada, porque podía abandonarse a todo tipo de excentricidades o desvaríos pero jamás perdió el norte.

Si bien es cierto que Dalí vivió periodos en los que puede hablarse de fuerte depresión o de apatía existencial, nunca abandonó su producción artística y experimentó constantemente su fuerte fascinación por el inconsciente lo cual le llevó a ejercer una vida lúdica y onírica más allá de sus pinturas.

Salvador Dalí. 1904 - 1989

Fue un loco para muchos, y un genio para casi todos, deliberadamente excéntrico escandaloso, irreverente y por ello el tormento de las buenas conciencias.

«Enfermedad, muerte y locura fueron los ángeles negros que velaron mi cuna y, desde entonces, me han perseguido durante toda mi vida», expresó Munch en algún momento de su vida.

Sentía frecuentemente ataques de melancolía que le paralizaban y le hacían temblar de miedo. Como consecuencia de uno de estos episodios Munch pinta El grito

Poco después le diagnosticaron una depresión. El artista tenía una continua relación con la enfermedad y la muerte, su hermana Sophie y su madre se murieron de tuberculosis, y su hermana Laura murió en un centro psiquiátrico porque tenía esquizofrenia.

El grito. Edvard Munch. 1893

La última etapa de la obra de Miguel Ángel Buonarroti estuvo presidida por el non finito y un escepticismo con respecto a la belleza física que le había obsesionado durante toda su vida.

Dividido entre emociones de euforia y ansiedad, seguridad e incertidumbre, fue un hombre de grandes contradicciones que trasladó a su obra sus emociones y su enérgico carácter.

Un contemporáneo suyo aseveró: «Pero si asustáis a todos, hasta a los papas!».

La neurosis de este conflicto fue denominada terribilità que no sólo define esa fuerte expresividad iracunda de las obras de Buonarroti sino también al carácter personal del artista, conocido por sus rasgos de genio irascible; hombre terco, violento y de temperamento enfermizo, cualidades que ni aún sus más dóciles biógrafos pudieron dejar de admitir.

Miguel Anguel Buonarroti. Dibujo, estudio cabeza

Su estética declaró el espíritu del artista, de sus pasiones y de su fuerza, por ello el signo de la terribilitá desconcertó, porque a través de ésta se manifestó lo más profundo del ímpetu y de la fragilidad de la criatura humana subvirtiendo con rebeldía los cánones artísticos y la estética su época.

Gustave Courbet, además de por la excelencia de su arte, fue también famoso por su ferviente pasión por el escándalo: «si dejo de escandalizar, dejo de existir», decía.

El desesperado, autorretrato del artista, es un cuadro que Courbet realizó entre 1843 y 1845, se trata de la imagen de un hombre joven que mira al espectador con desesperación e impaciencia. Es, sin duda, uno de los mejores autorretratos que existen, dramático, suspendido en el grito, los ojos desorbitados y las manos que se agarran el pelo.

El desesperado. Gustave Courbet, 1843 - 1845

El cuadro se enmarca dentro de la corriente realista del siglo XIX, de la que fue sin duda el mejor exponente y el más conocido gracias a sus continuos escándalos y provocaciones a otros pintores y sobre todo a los académicos y críticos de arte que controlaban el mercado y condicionaban las decisiones de la burguesía a la hora de invertir en arte.

De ahí que Courbet fuese un anti académico y que al margen de las órdenes del mercado decidiera crear un lenguaje propio al que todos denostaron por indecoroso y escandaloso.

La historia del arte está llena de tantos ejemplos que se hace imposible nombrarlos a todos: Caravaggio pintaba con rapidez, casi con furia sus cuadros y los temas que desarrolla son una reflexión sobre la muerte y la maldad en clave personal.

Cabeza de meduza. Detalle. Caravaggio. 1597

Goya sufrió una enfermedad que marcó un antes y un después, no sólo en la vida del artista, sino en su obra pictórica. Las pinturas negras estarían motivadas por la conciencia del pintor de su decadencia física y sobre todo por las consecuencias de la grave enfermedad que padecía y que le postró en un estado de debilidad y cercanía a la muerte.

Paul Gauguin, harto de la miseria y el poco reconocimiento de su trabajo viajó a Tahití en 1903. El artista murió a consecuencia de una sífilis y su débil voluntad, afligida por una vida acompañada de alcohol, soledad y una gran decepción.

Francis Bacon, considerado el pintor del sufrimiento, de la soledad, de la ansiedad, del sexo, de la violencia, del cuerpo humano en su expresión más animal. Tuvo una personalidad tan fuerte y atormentada como su obra.

Autorretrato. Francis Bacon. 1971

Con tantos ejemplos podríamos aceptar la afirmación de Séneca según la cual ningún gran genio se dio jamás sin una pizca de locura.

Podemos considerar entonces que cuando hablamos locura nos estaríamos refiriendo también a almas complejas, dueñas de un lenguaje propio, de una dialéctica que por incomprensible es castigada y denostada. Muchas de ellas no eligieron la enfermedad, pero lucharon para que no los consumiera, para que no acabara con su cuerpo y su talento.

No se puede negar que todos nosotros, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos sentido de algún modo identificados con un grado de esta locura y que nos gustaría poder expresar nuestras más profundas, irracionales e iracundas emociones con algún grado de poesía, de arte, que es el único lenguaje aceptado a la locura.

Al fin y al cabo como afirmó Aldous Huxley: «La investigación de las enfermedades ha avanzado tanto que cada vez es más difícil encontrar a alguien que esté completamente sano».

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