El mundo otro

En términos generales el colonialismo europeo tuvo dos etapas: la llevada a cabo por los imperios español y portugués en el siglo XVI y una segunda etapa que se produjo a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Diversos países europeos conquistaron diversos territorios de forma muy rápida. Las causas de este colonialismo fueron tecnológicas y económicas aunque rápidamente devinieron también factores políticos y culturales.

Así, el arte no occidental empieza a llegar a Europa. Los países europeos organizaron exposiciones coloniales cuyo objetivo era exhibir el mundo de las colonias. Para ello se realizaron reconstrucciones espectaculares del paisaje, la naturaleza, el territorio y la cultura de las colonias. Con toda naturalidad se ejecutaba, casi de modo circense, una puesta en escena de habitantes de las colonias, desplazados a la fuerza desde sus lugares de origen, dando lugar a verdaderos zoológicos humanos.

Indios "onas" llevados a París por Mr. Maitre en 1889

Estamos en plena modernidad, el hombre basaba sus valores en el progreso y la razón; valores que habían triunfado frente al oscurantismo de la Edad Media dando lugar a una visión antropocéntrica en la que el hombre y la razón se constituyeron como el eje de todas las cosas. Es la época de las grandes revoluciones, de la ilustración y el enciclopedismo, de los inventos y de la máquina.

El yo racional de Descartes da signo a este sujeto moderno que junto a la consolidación del desarrollo industrial instituyeron un pensamiento en el que el hombre es un ente perfecto, casi heroico. Un sujeto que denota ser construido con sumo cuidado desde la modernidad y que terminó siendo, blanco, occidental, heterosexual, masculino, burgués y sano.

Es de esta manera como las exposiciones universales desencadenan una fascinación por el primitivismo y por el exotismo. Muchas culturas quedaron arrasadas al paso de los colonizadores y como una paradoja trágica de la historia es precisamente desde occidente desde donde se “revalorizó” la grandeza de lo primitivo, de lo ancestral.


Recordemos que de alguna manera fue la carencia de un poder espiritual, a finales del siglo XIX y principios del XX, la que nutrió la necesidad de que el multiculturalismo tomara un espacio dentro de la cultura contemporánea en occidente, lo cual, en gran medida, hizo que la ritualidad se convirtiera en fetiche cultural ideal para reivindicar y legitimar una diferencia cultural.

Tras la fuerte crisis del sistema que trajo consigo la Primera Guerra Mundial, surgió la necesidad de un retorno a las raíces cuyos protagonistas fueron las culturas arcaicas, populares, de autores anónimos y periféricos.

Pero este exotismo ensalzado, fue el de una alteridad domesticada, que lejos de provocar respeto, causaba era cierta curiosidad. Un exotismo deseable, despojado de su esencia, y que no puso en cuestión la preeminencia del capitalismo y de su ideología.

Exposición Colonial Internacional. París 1931

El movimiento de los surrealistas así lo denunció en una contra-exposición a la enorme Exposition coloniale internationale organizada por el Estado francés en 1931.



En contraposición a esa demostración de poder colonial, el grupo de los surrealistas encabezado por André Bretón, realizó otra exposición titulada La Vérité sur les colonies (La verdad sobre las colonias), que incluía una selección realizada por Aragon y André Masson, de máscaras y figuras africanas y de Oceanía emplazadas frente a objetos del culto a Lourdes. 



Con esta muestra, el grupo denunciaba críticamente la frivolidad y el gusto burgués de las exposiciones coloniales que lejos de reconocer la diferencia cultural legitimaba la diferencia de un sujeto moderno temeroso de la otredad refugiado en su ego, que rechaza cualquier manifestación de alteridad y que se siente amenazado por el retorno a un estado de vorágine.

La Vérité sur les colonies. Paris, 1931

Estas exposiciones dejaban claros los mecanismos de poder y dominio que desde la colonización de América ha empleado occidente para erigirse en el centro mundial del desarrollo, el avance y la civilización. El imperialismo moderno europeo quedaba justificado por la responsabilidad de occidente con la periferia de extender dogmas de progreso, ciencia y evangelización.

Entendida desde esta perspectiva, la colonización se llevó a cabo desde un doble frente, con la ocupación y dominio de los territorios y con la imposición de un discurso occidentalizado de razón y progreso con el que los colonizadores consiguieron apropiarse de toda cultura extraña para poder controlarla o reorientarla sin peligro, dentro de la lógica occidental.

Estos dos frentes definieron el devenir de las mal llamadas “periferias” marcando su rumbo más allá de tiempos históricos siendo un lastre hasta nuestros días. No hay más que recordar, cómo Napoleón sitúo a un mismo nivel la conquista territorial y espiritual de Egipto, lo que le llevó a su dominio militar y epistemológico. Dando lugar en Europa a la aparición de un nuevo repertorio iconográfico de inspiración egipcia, una verdadera “egiptomanía” con la que Egipto se incorpora como imaginario en el mundo europeo.



Tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial, es en los años sesenta cuando la historia contemporánea de los países desarrollados se ve transformada en todos los ámbitos.

Mayo del 68, la primavera de Praga, Martin Luther King y el movimiento por los derechos civiles, las movilizaciones contra la guerra de Vietman, la protesta estudiantil Mexicana terminada en matanza o la Revolución China. También comienza la descolonización de algunos territorios, son todo indicadores de cómo el sistema de valores promovido por la modernidad se empieza a remover amplia y profundamente.

Se produce a través de las nuevas generaciones un rechazo general a las instituciones y su autoridad, poniendo de manifiesto que el mundo de la posguerra estaba regido por unos ideales que se reducían a un modelo déspota. La cultura, la razón, la civilización de las que se hacía gala desde la modernidad no habían hecho más que converger en el Holocausto.

En este ambiente de descontento y nueva conciencia política, social y cultural emergen ideas de intelectuales, pensadores y artistas.

El sujeto moderno se desmorona poniendo en evidencia que el personaje en cuestión suponía nada más que una minoría que se pretendía representativa desde un estatus de normalidad. Se hacía evidente que La Ilustración había usado como fundamento un enfrentamiento por parte de los individuos a la diferencia y a la otredad para legitimar las relaciones de poder. La exposiciones coloniales eran un claro ejemplo de ello.



Los procesos sociales y culturales modernos que explican lo que hemos llegado a ser socialmente, se caracterizaban por su tendencia a la homogeneización y destrucción de la diferencia.

Pero desde los años sesenta y con desarrollo gradual y parcial, a partir de los años ochenta se pasan a reconocer subjetividades que en época moderna no estaban consideradas.

Por múltiples razones ligadas a estas ideas, artistas, científicos y filósofos empiezan a dudar de la razón como garante del individuo y de las relaciones sociales, reina entre los intelectuales una gran confusión desde Auschwitz que desencadena en un pensamiento crítico y deslegitimador del pensamiento moderno, una crisis de valores que obliga a cuestionar la concepción clásica de la razón, heredada de Descartes y de La Ilustración.

Es entonces cuando aparecen en escena los estudios postcoloniales, un conjunto de teorías que se consolidan como movimiento intelectual en la década de los ochenta. Se trata de respuestas y desarticulaciones de todas las formas de dominación occidental, tanto políticas como éticas y estéticas, que colonizaron el “mundo otro”.

Un desmantelamiento de esos sistemas discursivos mediante los cuales se habría explicado occidente y que constituyen el eurocentrismo.

África, Latinoamérica, Oriente Medio y Asia empiezan a hablar desde sus mal llamadas “periferias” haciendo visibles a través del arte las estrategias inherentes a la dominación occidental, poniendo en cuestionamiento las categorías de modernidad y de alguna manera reescribiendo la historia el arte y la sociología desde el cuestionamiento de los imaginarios occidentales impuestos.

América invertida. Dibujo de Joaquín Torres García, 1943

Así los estudios poscoloniales constituyen un discurso de posmodernidad, de superación de la hegemonía occidental para la recuperación de la identidad y de la memoria perdidas.

No obstante, esta revaloración también se ha mostrado conflictiva, muchas veces nos enfrentamos a propuestas de una alteridad, que no genera conflictos, en la que todos, ya sean morenos, negros o amarillos, nos parecemos enormemente a Mickey Mouse.

Porque el problema del lastre de la colonización, tal y como apunta Frantz Fanon en su libro Piel negra, máscaras blancas, es que ser colonizado es más que ser subyugado físicamente, es serlo culturalmente, es perder el lenguaje propio y absorber el lenguaje del otro.

Colombia Coca Cola. Antonio Caro, 1976

Así, nos encontramos que el arte primitivo, en ocasiones, fue y sigue siendo un medio para consolidar sofismas de identidad de pasados felices y futuros trazados sobre ficciones mal concebidas.

Un nexo cultural con un pasado mítico y mitificado, como un eslabón perdido, en medio de una farsa política y social que ha derrumbado la cohesión cultural del mundo no occidental.

Un ejemplo de ello es el arte indígena, sobre el que aparentemente está construida la identidad latinoamericana, manoseado por un feroz capitalismo que lo redujo a fetiche.

Ídolo con calavera. Nadin Ospina, 1998

El arte prehispánico tiende a ser un espacio ceremonial contemporáneo que intenta reconstruir o al menos apropiarse de un pasado glorioso que permita acceder a una cierta identidad para suplir unas ciertas expectativas de autenticidad pero que a la postre en la recuperación de ese discurso podría haber contenida una visión estereotipada, una representación inexacta de la realidad convenientemente conservada por determinados sectores para mantener una jerarquía del poder como consecuencia de un mundo en el que todos hemos devenido del otro.



La mirada crítica. Luis González Palma, 1998

Ahora el reto se trata, como una vuelta de tuerca más, de deconstruir ese intento de fijar coordenadas de presente a partir de un pasado cuyo nexo con la contemporaneidad debe repensarse. Porque la esquiva identidad es un proyecto político que está aún envuelto de dialécticas binarias de norte - sur y centro - periferia.

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