Mujer y arte. Imagen y poder

Hace tiempo, se dejó de dar por cierto que las imágenes artísticas son neutrales. Diversos estudios iniciados por diversos movimientos y principalmente por la nueva historiografía han puesto de manifiesto que por lo general las obras de arte responden a los discursos dominantes de la sociedad en las que éstas fueron producidas. 

De igual manera ha sucedido con la lectura revisionista que se ha realizado de la representación de la mujer en el arte. Desde hace décadas, se han generado numerosos análisis de cómo la imagen de la mujer en el arte es un reflejo de las relaciones de poder imperantes en la sociedad de la que proceden y del papel que estas imágenes desempeñan en los roles de género, la socialización de la mujer y la construcción de la categoría femenina.


Y es que en efecto, las imágenes no sólo representan un mundo de significados, sino que contribuyen a su vez, de manera recíproca a producirlos.

Basta con hacer un breve recorrido a través de la representación de la imagen femenina en el arte para identificar los significados que del término “mujer” se han venido estableciendo en el imperante imaginario occidental.

Desde las producciones artísticas de las civilizaciones antiguas de Grecia y Roma, ya se puede rastrear cómo la mujer desempeña un lugar en la sociedad, bien definido e indiscutible, caracterizado por el dominio de los ciudadanos (varones y libres). Un espacio doméstico, sin participación en la vida pública; a los hombres les corresponde la guerra y a las mujeres la reproducción.


Hablamos de sociedades netamente patriarcales, en la que la identidad de la mujer “honorable” se afirma en su atuendo e indumentaria. Sirva como ejemplo la matrona romana, cubierta siempre por un velo o por un manto, símbolo inequívoco de su estatus doméstico limitado al ámbito privado. 


En contraposición a este ejemplo de mujer, se encuentran una serie de "contramodelos". En la cultura griega destacan las ménades, ninfas que se encargaron de la crianza de Dioniso y tras ser poseídas por él, viven en una especie de locura mística. También están las bacantes, que se dedican al culto orgiástico de Dioniso. Y, de igual manera, podemos contar entre estos contramodelos de mujer ejemplar a las amazonas; mujeres guerreras que rechazan todo contacto con los hombres.


La oposición entre éstos dos modelos de mujeres, la honorable y la indigna, suele ser de carácter sexual, reforzando de esta manera las categorías del orden civilizador.

Llegado el cristianismo, la representación de la mujer se centra principalmente en dos imágenes muy potentes a la vez que significantes. Por un lado María, que con el dogma de la virginidad pasa a desposeer a la mujer de su cuerpo y sus funciones, resaltando a expensas de su estado virginal la negación de toda feminidad.


En contraposición a la imagen de la Virgen, encontramos a Eva, encarnando el peligro o la lujuria. La misoginia medieval se encargará de incidir una y otra vez a través de sin un número de imágenes en la idea de la mujer como portadora de la maldad y el pecado. Tampoco hemos de olvidar la imagen de Magdalena, siempre relacionada con el arrepentimiento.


Posteriormente, tanto en el Renacimiento como en el Barroco, se realizarán multitud de representaciones de relatos sacados del Antiguo Testamento, llenos de historias de mujeres que sirven de excusa para construir una serie de imaginarios en torno a la concupiscencia, la sensualidad, la provocación o el engaño. Toda una antología de imágenes que diversos análisis han tildado, sin sombra de duda, de misóginas, debido a que su iconografía incide en el aspecto menos heroico de las protagonistas.

Tal es el caso de la iconografía de Judith, a la que siempre se le representa de manera truculenta cercenando la cabeza de Holofernes desconociéndose casi por completo a nivel iconográfico su imagen piadosa en la que la heroína ruega por la salvación del pueblo de Israel.


De igual manera sucede con Susana o Betsabé, víctimas de la lascivia masculina o con las hijas de Lot que lo son del incesto de su padre.

En definitiva, la representación en el arte de estos relatos, ha forjado durante siglos una faceta negativa de la sexualidad femenina, haciendo una construcción ideológica destinada a regular los límites socialmente aceptables de la mujer.


A finales del siglo XIX y principios del XX, comenzaron a llegar las demandas políticas y sociales, sin embargo en el campo de la representación asistimos a una continuidad en cuanto a la imagen de la mujer. Una alta cultura poblada de Venus desnudas y disponibles, además de todo un abanico de Madonas devotas.

Mujeres abstraídas en baños dentro paisajes paradisíacos o junto a un árbol ajenas a todo, incluso de sí mismas, disponiendo sus cuerpos al dominio de los ojos del espectador masculino.


Las vanguardias históricas seguirán con la estela de la fantasía de posesión del cuerpo femenino.

Por mencionar sólo unos ejemplos, tanto el fauvismo como el expresionismo, harán uso del tipo iconográfico de la mujer desnuda, tumbada y desposeída, deshumanizada, ofreciéndose pasivamente a la mirada del espectador.


A este tópico habrá que añadir el de “el pintor y la modelo”, en una época en la que el estereotipo del artista bohemio basaba gran parte de su argumento en la libertad sexual del mismo a expensas de una virilidad desenfrenada fruto de su vigor creativo.

La modelo del artista se agrupa en ese conjunto de mujeres de clase baja que viven de la disponibilidad sexual. Mito que se extenderá todo el siglo y trasciende hasta bien entrado el siglo XX.


No es por tanto una casualidad que la exposición de la mujer durante siglos de representación esté basada en la manera en que se ha ejercido el control social del género femenino. Una construcción de la mujer configurada en la historia del arte occidental que viene a desempeñar un papel fundamental en la creación y difusión de estereotipos, ya sean laudatorios o maliciosos.

Estas imágenes actúan como construcciones ideológicas en torno a modelos y contramodelos de conducta femenina, estableciendo un sistema de conductas que impone a las mujeres aquellos roles que deben representar (esposa, virgen, devota) o rechazar (bruja, loca, prostituta).

De este hecho parte la importancia de re-interpretar y decodificar críticamente las imágenes que vemos. Quizás dándole una dimensión política aprendamos, a no normalizar, y ha desentrañar los relatos que nos han venido mostrando para evidencia el poder que pretenden ejercer sobre nosotros.

Entradas populares de este blog

Los "ismos". Primeras vanguardias del siglo XX

Romanticismo, de lo bello a lo sublime

Antropocentrismo