Del arte a la memoria

Desde tiempos inmemoriales el hombre ha manifestado su capacidad artística. Unido al poder, unido al ritual sagrado o unido al poder poder político, se puede decir que fueron diversas la motivaciones del ser humano para producir arte.

La cueva de Lascaux en Francia es, junto con la de Altamira,
el yacimiento de arte prehistórico más importante de Europa

Podemos advertir cómo a lo largo de toda nuestra historia, las obras de arte de todos los tiempos han gozado de un aprecio especial, favoreciendo de esta manera su acumulación y conservación. 


Durante nuestra evolución, la manera que tenemos de vincularnos con la obra de arte ha tenido que ver con el rol que ésta desempeña a la hora de darnos memoria y pertenencia. Todo el tiempo ha existido un interés por preservar los objetos o los monumentos creados por el hombre. Atesorados por su belleza, por su riqueza material, por devoción o admiración. Algunas veces ni siquiera llegamos a saber porqué nos interesamos por esta acumulación, lo cierto es que dotadas de un efecto “mágico” las obras de arte con su permanencia en el tiempo, nos permiten acceder a una perspectiva del pasado, son una mirada hacia atrás en el tiempo para reconocernos con ojos nuevos o incluso para, algunas veces, servirnos como modelo.

Museo del Prado, Madrid

Cuando esto ocurre, la acumulación de bienes artísticos se convierte en un sistema portador de nuestra memoria y se repara en la capacidad formativa y evocadora del arte.

El arte adquiere así un rol social, como agente reflejo determinante de lo que los seres humanos son y han sido, de lo que los seres humanos han pensado, han deseado y conseguido.

El deseo de que las obras de arte permanezcan se puede rastrear en el transcurrir de las civilizaciones antiguas tanto en su interés por la reutilización de las obras arquitectónicas y las manifestaciones plásticas como en el sin número de intervenciones que fueron constantes, por ejemplo, en las sucesivas dinastías faraónicas o en los grandes conjuntos monumentales de la antigüedad grecorromana.

Templo de Karnak, en Tebas, Egipto

Por otro lado, el abuso de poder y los expolios cometidos en el mundo antiguo también tienen un importante impacto como punto de partida de un afán de coleccionismo y conservación de la obra de arte.

Recordemos la copia de piezas y esculturas griegas por parte de los romanos, pues es gracias a estas reproducciones que se han perpetuado para nuestro conocimiento y deleite obras de arte de la antigüedad.

 Discóbolo. Copia romana del British museum

En la Edad Media, por ejemplo, se inicia un proceso destructor de las grandes obras del mundo antiguo, algunas fueron reutilizadas pero siempre cambiando su función y morfología al nuevo contexto religioso.

Tanto el Partenón como el Erecteion se convirtieron en iglesias cristianas mientras que otros templos fueron utilizados como canteras de piedra o mármol.

A nivel iconográfico, se aplicó a los temas paganos el significado cristiano. Uno de los periodos más representativos en este aspecto de transformación de lo artístico, es el del movimiento iconoclasta bizantino, que no toleró la representación de imágenes religiosas decretando su prohibición y consecuente destrucción.

Por otro lado, si hiciéramos un recuento de las mezquitas, iglesias y catedrales cristianas construidas unas sobre otras durante la Edad Media, éste sería interminable.

La Basílica de Santa Sofía se construyó hacia el año 360, cuando los otomanos conquistaron Constantinopla, el Sultán Mehmed,
mandó que el templo fuera convertido en mezquita inmediatamente.

Posteriormente, con la llegada del Renacimiento se produce una nueva valoración del arte, dando una importancia predominante al mundo de la Antigüedad. Entre personajes cultos y poderosos, nace el gusto por coleccionar objetos del pasado clásico.

Como consecuencia, los cambios efectuados, por ejemplo sobre la arquitectura, respondieron a los nuevos gustos estéticos, a los avances plásticos y a los nuevos descubrimientos.

Muchos edificios como el Coliseo o el Foro Romanos, que no se adaptaban a las funciones y necesidades del momento, se convirtieron en auténticas canteras sufriendo un expolio de consecuencias nefastas para dichos monumentos.

Coliseo romano

Pero es en el Barroco cuando se vive la verdadera pasión por el coleccionismo que conlleva al inicio de la proliferación de galerías cuya propiedad es exclusivo de monarquías y aristocracias. Ejemplos supremos fueron entre otros, la España de Felipe IV o la Francia de Luis XIV.

Durante el siglo XVIII, la época de la Ilustración fue el momento definitivo para el aprecio del objeto del pasado y para su valoración histórica artística. Se da inicio a un sentimiento de patrimonio cultural colectivo y las colecciones de las monarquías europeas irán asumiendo la idea de museo.

Museo del Louvre, París

Avanzando hasta el mundo contemporáneo llega el momento en que el arte se despoja del rito, del mito y del poder de un gobernante, en busca de su autonomía con mayor o menor fortuna. Dos guerras mundiales aceleran el proceso teórico por el que la sociedad se hace consciente de la importancia de mantener vivo el patrimonio artístico y cultural, sobre todo en lo que concierne en su capacidad informativa sobre nuestro pasado.

En apenas un instante, el patrimonio histórico y artístico largamente acumulado durante el paso de los siglos,
fue irremediablemente perdido durante las dos Guerras Mundiales

El hombre se da cuenta que la conservación es un concepto que tiene implicaciones éticas, teniendo casi una responsabilidad moral.

Toda obra de arte, toda arquitectura, tiene una dimensión temporal, un transcurso biológico de nacimiento, vida y muerte. Un proceso histórico que tiene un comienzo en la ejecución de la obra, una vida que corresponde a los avatares de su historia y un final, cuando el tiempo imprime en ella un deterioro que se evidencia en la ruina o la pátina. En este punto la obra de arte alcanza una dimensión que es signo de su autenticidad y de su individualidad y que la eterniza como objeto bello y de contemplación, convertido en un elemento lleno de dignidad.

Acrópolis de Atenas, Grecia

La obra de arte es un testimonio histórico y documental, es un espejo de la actividad humana que como memoria debe conservarse. La actividad de conservación del arte es un asunto esencialmente cultural, la obra artística, pertenece a quienes crearon la obra de arte pero también a las generaciones que han de venir a contemplarla.

La memoria del pasado origina un nuevo tiempo. El hombre está siempre enfrentándose a una realidad cambiante, no sólo en relación a su sensibilidad estética o preferencias de gusto, sino también en relación a su función política, social y económica, que se expresa a través de la manifestación artística, y que trascenderá en el tiempo y la memoria como testimonio de nuestra permanencia en el mundo.

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