Arte y sujeto

La idea de la creación de una obra gracias a la genialidad del artista idealizó el concepto de arte en la Edad Moderna apartándole del fenómeno ideológico, económico o político y acotando su papel solamente al ámbito estético.

El desarrollo de una nueva reflexión entorno a la evolución del arte y la historia se inició con la crítica al proyecto académico de las bellas artes por parte del pensamiento contemporáneo que, en los últimos cincuenta años, ha dedicado diversos esfuerzos al examen de la posición del arte dentro de los sistemas de poder político y social.

La valoración del arte como hecho social susceptible de ser estudiado desde las herramientas metodológicas de las ciencias sociales fue un aporte de la sociología, y esta forma de pensamiento, se fue constituyendo como una forma de oposición a la percepción idealista del arte como actividad libre y autónoma de un individuo superdotado. El arte poco a poco fue recibiendo la consideración, desde sus fenómenos artísticos, como hechos sociales.

Por su parte, el materialismo histórico, basado en el pensamiento de Marx y Engels, aportó al análisis la relación entre las ideas artísticas y los grupos sociales dominantes así como también la comprensión de la producción y recepción artística como un fenómeno profundamente enraizado en la sociedad, la economía, la política y el poder.

Posteriormente, ya entrado el siglo XX, algunos filósofos como Horkheimer y Adorno, empezaron a señalar que durante la Ilustración había prevalecido un modo de concebir las relaciones de poder en el que se usó como fundamento un enfrentamiento por parte de los individuos a la diferencia y a la otredad de manera conflictiva. Así, los cursos sociales y culturales de la modernidad que explican lo que hemos llegado a ser como sujetos, se caracterizan por su tendencia a la homogeneización y destrucción de la diferencia.

La crítica del secuestro del arte por parte de las instituciones de poder y su intento de devolución a los sujetos fueron un fundamento de la estética durante casi todo el siglo XX.

Profundizando más, vemos que entre la modernidad y la posmodernidad hay un momento de inflexión en el que las disciplinas científicas, el conocimiento, la política, la economía, las expresiones estéticas y la vida cotidiana en general experimentaron un cambio en su manera de concebirse y entenderse.

El sujeto de la modernidad había basado sus valores en el progreso y la razón. El hombre, la razón y la inteligencia se constituyeron como eje de todas las cosas, es la época de la ilustración, el enciclopedismo, los inventos y la máquina. El yo racional de Descartes “Pienso luego existo” (sujeto pensante atributo de la modernidad), o el yo ideal de Kant con su ética universal, dan signo al sujeto moderno que junto a la consolidación del desarrollo industrial instituyeron un pensamiento gracias al cual el individuo está forjado como un ente perfecto, casi heroico, que derivó en el yo contemporáneo. Un sujeto que denota un ser construido con sumo cuidado desde la modernidad y que terminó siendo, blanco, occidental, heterosexual, masculino, de clase media y sano.
Gillian Wearing. Londres. 1992
El psiquiatra francés Jacques Lacan analiza en el texto El estadio del espejo a este sujeto. Partiendo de una perspectiva del psicoanálisis, Lacan explica que la formación del yo se desarrolla en el momento en el que nos enfrentamos por primera vez a nuestra imagen corporal reflejada completamente en un espejo. Esto sucedería entre los seis y dieciocho meses.

Hasta ese momento sólo hemos reconocido partes de nuestro cuerpo: nuestros brazos, piernas (todos miembros parciales); probablemente nunca hemos visto nuestro rostro. Pero a partir de la experiencia en el espejo nos identificamos como una totalidad, configurando una unidad corporal, una identidad. Así mismo, Lacan argumenta que nuestro ego también se origina a partir de ese reconocimiento primordial de nuestro cuerpo, pero que al ser una imagen reflejada, se trata de un "otro", una ilusión engañosa que nos encara al momento previo de esa imagen en que tan sólo éramos fragmentos, una etapa inconsciente de enajenación a la que nos enfrentamos con ese nuevo ego construido en el espejo, un ego que nos protege del mundo interior y exterior.

En su texto, Lacan señala a un sujeto moderno temeroso de la otredad, refugiado en su ego, que rechaza cualquier manifestación que represente el caos o la fragmentación, así, la homosexualidad, la enfermedad o el racismo, por ejemplo, son manifestaciones de repudio de un sujeto que se siente amenazado por el retorno a un estado de vorágine anterior a su ego y que le abruma.

En los años sesenta del siglo XX, la historia contemporánea de los países desarrollados se ve transformada transversalmente en todos los ámbitos.

La revuelta estudiantil en Francia, la Primavera de Praga, la descolonización, el movimiento por los derechos civiles encabezados por Luther King, las movilizaciones contra la guerra de Vietman en EEUU o la Revolución China entre otros, removieron amplia y profundamente el sistema de valores promovido por la modernidad.

Se produce a través de las nuevas generaciones un rechazo general a las instituciones y su autoridad poniendo de manifiesto que el mundo de la posguerra estaba regido por unos ideales que se reducían a un modelo déspota. La cultura, la razón, la civilización y el bienestar social de los que se hacía gala desde la modernidad no habían hecho más que converger en más guerra. Instituciones como la familia, la cultura, el estado o la enseñanza sufren una profunda sacudida.

En este ambiente de descontento y nueva conciencia emergen ideas de intelectuales, pensadores y artistas. Barthes proclama la muerte del autor y el sujeto moderno se desmorona. Esta crisis del sujeto moderno puso en evidencia que el personaje en cuestión suponía nada más que una minoría que se pretendía representativa desde un estatus de normalidad. Pero desde esta época y, con desarrollo gradual y parcial, a partir de los años ochenta se ha pasado a reconocer subjetividades que en época moderna no estaban consideradas.

De esta manera, la presencia y puesta en escena por parte del ámbito artístico y epistemológico de minorías como los homosexuales, los extranjeros, las mujeres o los enfermos, conllevaron a un progresivo reconocimiento de las mismas ignoradas hasta entonces.

En este sentido la preocupación del artista se manifestó de diferentes formas, por un lado como una crítica al ideal de perfección del sujeto capitalista: pulcro, puro, bello; pero sin identidad, todos iguales y formalmente fingidos. Y en otro sentido, revelando la intimidad de diversos individuos puestos en escena de forma realista, en la vida cotidiana, y en los que se reconoce ya no solamente una identidad, sino que también se nos advierte de forma directa y sin tabúes la sexualidad, la incertidumbre o la perturbación.
Keith Cottingham. Serie Retratos fingidos. 1992 

En el análisis de Foucault El sujeto y el poder, se establece que los modos en que los seres humanos se convierten en sujetos son: en el ejercicio de las ciencias o las disciplinas, que convierten al ser humano en objeto de estudio (la economía o la biología por ejemplo); y por otro, la propia objetivación del sujeto, una práctica divisoria entre individuos como son el loco del cuerdo, el enfermo del sano, los delincuentes de los inocentes.

Partiendo de esta idea, la anormalidad pasa a ser atacada para defender al sujeto lacaniano, o dicho de otra forma, para defendernos de una "otredad" que podría incluso estar dentro de nosotros mismos, pero que no aceptamos porque nos inquieta, nos devuelve a aquel primer cuerpo fragmentado. Y sería allí, desde aquel punto, donde se empieza a ejercer la acción de poder.

Nan Goldin. Misty and Jimmy Paulette. 1991

De esta manera, el poder pastoral del Estado Moderno (tal y como lo plantea Foucault) tendió a actuar sobre las conductas de los ciudadanos velando para que sus comportamientos no se saliesen de los considerados como "sanos" o "normales" y todo instrumentado desde instituciones como la policía o los hospitales para enfermos mentales, por mencionar tan sólo un par de ejemplos.



 Raymond Depardon. Manicomio. El fotógrafo francés recupera en forma de libro su trabajo en torno a los hospitales psiquiátricos de la Italia de finales de los 70.

El arte, por supuesto, no sería ajeno a las cuestiones del sujeto y el poder. Los cambios sociales devenidos desde los años sesenta han suscitado todo tipo de discursos en los que la preocupación por temas como la alineación, la marginalidad o la locura empiezan a estar muy presentes y a través de ellos se denuncia, se critica, se reduce o se obliga a expandir los límites del sujeto.

Una parte del arte contemporáneo reconoce ser un medio de reflexión política sobre la realidad o por lo menos una expresión de pensamiento crítico. Dos ejemplos claros: el arte activista y el arte de género asumen esta posición, constituyen una postura crítica frente a la mercantilización de lo artístico y el papel de las instituciones en el marco del consumo cultural, en cierto sentido su objetivo ha pasado de ser estético a convertirse en una mediación hacia los espectadores, admitiendo sin ambigüedades su perspectiva politizada.


Guerrilla Girls. Do women have to be naked to get in to the Met. Museum?. 1985


Para entender el fenómeno artístico y tener una experiencia estética autónoma debemos considerar que la sociedad ha cambiado transversalmente, en consecuencia, el sujeto ha ampliado su expectativa frente al arte. El reconocimiento de la diferencia y la alteridad empieza a tener la palabra y visibilidad, la "normalidad" ha pasado a ser una minoría, se entiende también entonces, que debemos apreciar las transformaciones que el arte produce en la sociedad.


Francesc Torres. Perder la cabeza. Madrid. 2000

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