Arte e identidad feminista

La crisis del sujeto moderno en el contexto de la posmodernidad trajo entre otras cuestiones una reflexión sobre la alteridad y la inminencia del reconocimiento de la otredad admitiendo la voz de identidades diferentes a la del arquetipo de hombre occidental.

Pese a que el arte irrumpió en los años sesenta con un rol determinante al asimilar con determinadas propuestas la subjetividad del individuo, en la tradición artística occidental subyace una impostura poco inocente desde la cual se construye una percepción de la realidad que es una imposición cultural e ideológica articulada desde unos parámetros universalmente aceptados.

El arte contemporáneo se dio a la tarea de cuestionar desde un papel más político y por supuesto crítico el antiguo postulado idealista kantiano sobre la autonomía del arte defendiendo una actitud artística en oposición a un arte que se evidenciaba jerarquizado, etnocéntrico y sexista. A este estado anímico del arte se le denominó: “la crisis de la representación”.

Empezando por aceptar que las imágenes que nos rodean, incluyendo las producidas por la Historia del Arte, son imágenes que construyen nuestra identidad, que nos sitúan en un papel concreto y que de alguna manera nos identifican, la sociedad en el contexto posmodernista consideraría que todo sistema representacional es una forma de dominio y un territorio político fundamental.

You are not yourself. Barbara Kruger. 1981

El pensamiento feminista surgió en el fragor de estas consideraciones. A partir de la toma de conciencia del problema de género en la representación social se fue conformando un corpus crítico con el objetivo de deconstruir un imaginario pretendidamente masculino y elaborar una propuesta de pensamiento alternativo en el que dar una valoración autónoma y crítica a la identidad de género.

Los primeros pasos del pensamiento femenino y que abrieron la brecha para que el arte feminista irrumpiera en la escena fueron las acciones del movimiento de las sufragistas a comienzos del siglo XX. La británica Emmeline Pankhurst, creó el movimiento femenino conocido como las "suffragettes".

Este movimiento tenía como objetivos lograr la aprobación del voto femenino y mejorar las condiciones de vida de las mujeres en Gran Bretaña. Para lograrlo, las sufragistas apelaron a las huelgas de hambre que fueron duramente reprimidas por las autoridades británicas.

Emmeline Pankhurst llevada por el superintendente durante una de sus protestas

En 1928, el parlamento británico aprobó la ley con la que extendió el derecho a votar a todas las mujeres mayores de edad. Los principales objetivos del movimiento feminista fueron la incorporación de la mujer al trabajo durante la I Guerra Mundial, derecho de voto, la mejora de la educación, la capacitación profesional, la equiparación de sexos en la familia como medio de evitar la subordinación de la mujer y la doble moral sexual.

La gran novedad vino de la amplia movilización colectiva que supo dirigir el movimiento sufragista en determinados países. La Francia de Simone Beauvoir tuvo que esperar hasta 1945 para que las mujeres pudieran votar.

Más adelante, en la década de los años cincuenta y en el inicio de los años sesenta, el contexto norteamericano fue el escenario de las acciones femeninas más radicales que asentaron el terreno para unas prácticas políticas y sociales de gran influencia en el campo de la reivindicación de género. 

Desde una frontalidad al patriarcado de los cincuenta y los sesenta, la posición feminista acusó críticamente el aislamiento y la frustración de las amas de casa norteamericanas y la cómoda trampa en que se habían convertido sus “confortables” hogares y que situaba el rol de la mujer en un entorno exclusivo marcado por la maternidad.

Esta situación evidente pero silenciada por la sociedad patriarcal, sintomatizada “patológicamente” desde el siglo anterior como histeria, era la enfermedad que sufrían las mujeres insatisfechas sexual y emocionalmente.

Será la artista Louise Bourgeois una de las primeras que muestre el tema de la histeria en su obra Mujer - casa de 1947. En ella nos muestra cómo la domesticidad era inseparable de la feminidad en aquellos años ultraconservadores y lo representa como un lugar asfixiante, pesado, sobre los hombros de una mujer sin rostro.

Mujer - casa. Louise Bourgeois. 1947

A partir de esta puesta en escena del ámbito reducido de la mujer y a partir de mayo del 68 con la “revolución sexual” como protagonista, hubo una importante eclosión de artistas muy combativas y concienzudamente formadas en el pensamiento feminista.

Así se fue conformando un importante movimiento de arte feminista firmemente activo, que debate cuestiones políticas que implican seria y críticamente a la mujer. Se empieza a discutir desde diferentes frentes y ampliamente sobre temas como la sexualidad, el cuerpo, la violencia, el poder, la manipulación o el trabajo. El objetivo fundamental pasó a ser el reconocimiento de una identidad femenina capaz de defenderse de la sumisión objetual y construida desde una afirmacion social.

El arte feminista se constituyó de esta manera desde tres planos fundamentales: la violencia ejercida sobre las mujeres, el cuerpo como construcción social, objeto de deseo y fuente de tabúes y la descontextualización del ámbito doméstico del rol de la mujer.

Glass on Body Imprints. Ana Mendienta. 1972

Pese a que la conciencia feminista ha actuado enérgica y vitalmente, nunca se ha tratado de un pensamiento homogéneo. Incluso se advierten fuertes brechas y divergencias tanto entre algunas posturas actuales como entre la última generación y sus predecesoras.

Situándonos nuevamente en la corriente posmoderna y la deconstrucción de pensamiento postulado por la misma, el discurso teórico feminista fuera del contexto occidental ha ejercido una oposición frontal frente a la posición norteamericana y europea.

Bell Hooks, teórica feminista afroamericana, señala las posturas anteriormente mencionadas como “narcisistas, insensibles, sentimentalistas y de autoindulgencia” dejando en evidencia que pese a su fuerte componente crítico, la postura parte del protagonismo absoluto de la mujer blanca, de clase media y occidental.

Guerrilla Girls. Grupo de artistas femeninas
Sea como fuere, una postura reflexiva, comprometida y combativa como la feminista conlleva necesariamente a la contradicción y el riesgo. El pensamiento y el discurso feminista ha sido disminuido, vapuleado, sesgado e incluso superficialmente asimilado provocando su paralización e incluso anulación. Pese a ello, se ha de rescatar por encima de todo la necesidad de un movimiento feminista en continua revisión para no dejar de actuar en la deconstrucción de una sociedad acostumbrada al acalambramiento de la impostura decimonónica.

El arte y la teoría feminista tienen un valor de profunda renovación por su contribución al resquebrajamiento del paradigma hegemónico masculino en la historia social y política. Evidentemente ya no hay una única perspectiva, el espectro se ha ampliado y poco a poco se da cabida a otras identidades y a la representación de diferentes realidades. Es un camino que hasta ahora ha iniciado pero que conlleva consigo una relectura de la historia dominante para intentar comprender el papel de la representación y el papel de las imágenes en la construcción social y del pensamiento.

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