Miguel Ángel Buonarroti y la Terribilitá

El arte de Miguel Ángel es un arco que se extiende desde la perfección de la Piedad del Vaticano a su obra crepuscular la Pietà Rondanini.

Asistimos con su poesía y con su arte a un doloroso, ardiente y agónico itinerario, con crisis religiosas y filosóficas, marcado por el insuperable antagonismo entre materia y espíritu que elevaron la estética del autor a unas cotas inimaginables.

Fue un hombre de grandes contradicciones, dividido entre emociones de euforia y ansiedad, seguridad e incertidumbre que trasladó a su genio artístico sus emociones y su enérgico carácter. Un contemporáneo suyo, aseveró: «Pero si asustais a todos, hasta a los papas!», la neurosis de este conflicto fue denominada: terribilitá.

La anécdota nos cuenta que cuando el Papa Julio II llamó al rasgo más notable de Miguel Ángel terribilitá, no se refirió solamente a esa fuerte expresividad iracunda de las obras de Buonarroti sino también al carácter personal del artista, conocido por su irascibilidad; hombre terco, violento y de temperamento enfermizo, cualidades que ni aún sus más dóciles biógrafos pudieron dejar de admitir.


Miguel Angel Buonarroti. 1475 - 1564

El corpus artístico de Miguel Ángel se inició bajo la influencia del ideal de belleza de la Grecia clásica. Puesto que tuvo acceso directo a las colecciones de antigüedades de los Médicis, sus primeros trabajos parten del conocimiento concienzudo del arte antiguo y del estudio de estas obras. Sus primeras piezas insisten en una necesidad, que con el tiempo se hace cada vez más obsesiva, de representación exhaustiva de la anatomía humana.

El volumen, la masa, lo corpóreo, fueron su principal preocupación incidiendo en el comportamiento anatómico de sus personajes. No obstante, Miguel Ángel también pone de manifiesto el carácter expresivo como componente de su discurso plástico y logró con ello un modelo de hombre entendido como una totalidad: físicamente fuerte y armónico, enérgico, vital y expresivo, dotado de sentimientos y pasiones, real e irreal a la vez, un paradigma útil para reflejar las tensiones y los sentimientos del hombre, entre el físico y la pasión.

Miguel Ángel era por encima de cualquier otra cosa un escultor de cuerpos, su natural inclinación por la materia, por la fisicidad de las formas fue determinante. Esculpía de forma directa atacando el bloque de mármol con la fuerza del cincel. La experiencia estética de la escultura consiste en la liberación de la imagen del peso de su materia: la piedra. Para Buonarroti, hacía parte esencial de su ejercicio escultórico, observar la transición de la materia a la forma. Esta lucha y superación contra los elementos y contra las dificultades de la técnica va a hacer en muchas ocasiones que se revele en él su carácter violento, el artista va a encontrar una posible forma de catarsis en la utilización del cincel como manera de poder expresar sus emociones e ideas a través de sus obras.

Entre 1501 y 1504 Miguel Ángel esculpió el David. Por su tamaño colosal causó una gran impresión en los florentinos tras su colocación en la Plaza de la Señoría. En esta obra, Buonarroti representa al rey bíblico idealizado según el canon de belleza proporcionado por los modelos clásicos, con un preciso trabajo de anatomía del cuerpo.


Miguel Ángel Buonarroti. David. 1501 - 1504

En él, hay un marcado contraste entre la serenidad y la idealización del desnudo con la definición anatómica de las manos y sobre todo la intensidad de su mirada, sin duda, llama la atención la necesidad de Miguel Ángel de representar la tensión de los músculos y las venas en una figura que conserva su postura serena. Su mirada y la presión contenida de sus manos nos indica el momento previo a una acción.

Miguel Ángel eligió un momento de gran pulsión espiritual y física: el que antecede al enfrentamiento del rey David con el gigante Goliat. El joven David, pone todos sus músculos en tensión, la mirada terrible del Rey está posada en su enemigo, Goliat.


Detalles rostro y manos. David


Lo que representa el artista no es una acción concreta sino el impulso moral, la pulsión vital que antecede al acto. Su rostro nos permite percibir la pasión, su intensa vibración interior, hay una percepción de respiración, de determinación, de expectativa de un acontecimiento culminante.

Es ésta la expresión patética, fuerte y dramática de la terribilitá.

Aproximadamente una década después, Miguel Ángel realiza la que consideraría su obra más realista, el Moisés; tanto así, que al acabarlo golpeó la rodilla derecha de la estatua y le pregunto: «¿porqué no me hablas?».

Sin duda, el Moisés de Miguel Ángel insufla vida, pues al igual que el David tanto su modelado anatómico como el trabajo expresivo vuelven a la precisión y la calidad escultórica de ejecución insuperable que representó la obra más clásica del artista.


Miguel Ángel Buonarroti. Moisés. 1513 - 1515

Miguel Ángel utiliza de nuevo el recurso de la cabeza vuelta hacia la izquierda concentrando una expresión de tremenda ira que le embarga el rostro contraído en un gesto ceñudo que se refleja también en la poderosa constitución de la estatua y sobre todo en sus ojos.

El tema vuelve a ser un episodio bíblico. Refleja el momento en que el profeta Moisés, al regresar de su estancia en el monte Sinaí portando las tablas de la ley, contempla con cólera e indignación cómo los israelitas han abandonado el culto a Jehová entregándose a la idolatría. Es el instante preciso en que Moisés lleno de profunda ira, contenida y airada, piensa en el castigo que desatara sobre un pueblo infiel y desagradecido.


Detalles rostro y torso. Moisés

La relevancia impuesta en los detalles del cuerpo y en los pliegues de los ropajes provocan cierta tensión psíquica que se puede apreciar detallando la escultura: la prominencia de los músculos, la hinchazón de las venas, las grandes piernas pesadas y a punto de incorporarse nos hace temer lo que será tener frente a sí la fuerza de un titán.

Tanto el David como el Moisés de Miguel Ángel son el punto culminante y de mayor expresividad de la terribilitá miguelangelesca. La belleza plástica de las dos figuras, enmarcadas en un clasicismo ejercitado a ultranza trascienden lo canónico y lo formal a través de sus miradas. Este desequilibrio a favor de lo expresivo se plasma por medio del movimiento contenido que se hace visible al espectador a través de la tensión de la anatomía y que se libera en la vehemencia de sus miradas. La expresión de sus rostros nos eleva a una estética, a un sentimiento que supera su propia formalidad.

Un profundo sentimiento religioso acompañó a Miguel Ángel a lo largo de su existencia, mantuvo una tensión bipolar en la que hay que ubicar la complejidad de su genio, fue un pagano espiritualista cuyas ideas oscilaban entre el profundo misticismo y la razón.

Según cuentan sus biógrafos, Miguel Ángel era austero, introvertido, poco sociable, un asceta con una polémica relación con la iglesia oficial; con los años y hacia el final de su vida Buonarroti se verá envuelto en un cristianismo de naturaleza espiritualista, casi místico, que le llevará a apartarse de todo lo mundano. El artista se ve arrastrado por sus obsesiones religiosas: la muerte y el juicio de Dios.

Es en ese momento cuando compone una serie de poemas en los que de una manera pesimista expone su absoluta decepción por el valor del arte, obsesionado por el temor pero aliviado por la liberación que le habrá de suponer la muerte.

Miguel Ángel, artista longevo y prolífico, trabajó sin descanso hasta los últimos días de su vida. En ésta última época, la estética del maestro tiene una inflexión íntimamente ligada a su experiencia personal y sobre todo espiritual, una experimentación formal inédita en la obra del maestro.

Miguel Ángel pone en relieve la importancia de representación retórica de la emociones y los conceptos por encima de la forma, valor que constituye el punto y aparte del genio de Miguel Ángel.

Sus biógrafos cuentan también que Buonarroti se convirtió en las últimas décadas de su vida en un personaje huraño, entregado a su trabajo y a su vivencia espiritual; pero además, se transformó en un ser temeroso e insatisfecho con su quehacer, debido a su carácter perfeccionista.

En esta última etapa, Miguel Ángel realizó varias obras de aspecto inacabado (non finito) que constituyen una auténtica experimentación formal expresando en ellas la conceptualización más personal de las ideas del autor, pasando a ser su recurso expresivo.


Miguel Ángel Buonarroti. Esclavos

En estas obras asistimos a una serie de planteamientos estéticos del artista totalmente novedosos, como por ejemplo, la deformación de canon o la manipulación compositiva en la que Miguel Ángel decide privilegiar la transmisión de ideas por encima de la mimesis de la realidad. Se trata de obras absolutamente personales, promovidas por el estado espiritual del artista y por su propio quehacer escultórico.

En el non finito de su obra San Mateo se contempla la lucha de la imagen del Santo que se debate un su interior por su liberación de la materia, en el rostro del personaje hay un esbozo de terribilitá. Miguel Ángel decide detenerse en ese estado intermedio, resaltando la conceptualización y aumentando la capacidad de sugerencia.


Miguel Ángel Buonarroti. San Mateo. 1503
Hoy se sabe que tras las esculturas inacabadas de Buonarroti hay una intención más profunda que la del propio boceto y que define toda una concepción del arte, el non finito del maestro constituye una de sus mayores glorias.

En la contemplación de estas piezas no se sabe qué impresiona más, si lo acabado o lo no acabado donde se percibe el esfuerzo de la figura por abrirse paso a través de la materia. Miguel Ángel desesperó, desfalleció y luchó toda su vida acosado por una insaciabilidad que le llevó a la ejecución de las más sublimes creaciones, allí se reconoce la tragedia del maestro.

La Pietà Rondanini, escultura en la que trabajó hasta el día de su muerte, nos resulta difícil de comprender como punto final de la obra escultórica de Miguel Ángel si pensamos lo distante que se encuentra de la serenidad y belleza renacentista de la Piedad del Vaticano; sin embargo es una obra que a pesar de su inacabamiento nos seduce por su austera religiosidad.


Miguel Ángel Buonarroti. Pietá Rondanini. 1552 - 1564

En este punto Miguel Ángel ya es otro, y sin embargo, su genio y terribilitá aún se manifiestan en una estética de cánones deformados, composiciones forzadas y desequilibrio.

El uso del contraste entre finito y non finito en el esculpido de la obra formaliza la expresividad del dolor, una pieza frágil, no importa no haberla terminado porque no importan las apariencias, importa sólo aquello que la imagen es capaz de hacernos sentir.

La Pietá Rondanini es la más trágica y misteriosa de las esculturas de Miguel Ángel, con ella estaba escribiendo su testamento y sin pretenderlo abría paso hacia un nueva concepción estética del arte que le haría único y genial.


Izquierda, Piedad del Vaticano, 1498 - 1499. Derecha, Pietá Rondanini, 1552 - 1564.

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