El arte y sus formas de autonomía

Hubo un tiempo en que el arte dejó de ser solamente un objeto y su sentido de ser empezó a fundamentarse en su proceso, su discurso y su recepción. Antes de que esto sucediera, el mundo del arte y su producción se encontraba sustancialmente subordinado al poder y a la religión.





La iglesia y la corona exigían un arte a su medida, se trataba de un mundo en el que la producción artística, debía someter sus presupuestos a los principios que estos dos ámbitos le exigían, sobretodo como instrumento de persuasión.

Más tarde, durante la Edad Moderna, El Estado Absolutista tendrá que lidiar con las tensiones que desde el advenimiento de la burguesía aspiraban a liberar amplias secciones del pensamiento, entre ellos el del arte.


Kant y la autonomía del arte

Sería Kant el encargado de dar los primeros pasos hacia una autonomía del arte declarando lo estético como una forma autónoma de experiencia. Este filósofo alemán definió como placer desinteresado la experiencia del arte que luego ha seguido considerándose como un modo específico de relación con las cosas, distinto del de la razón que, siguiendo siempre a Kant, es la que rige los discursos no estéticos.

Immanuel Kant

Es así como en determinada época, el hombre artista empieza a tomar distancia de esta servidumbre y germina en él la conciencia del potencial que tiene el arte por sí mismo, y tras un vasto periplo que abarca varios siglos, hace valer esta condición, llegando a independizar el arte de sus ligaduras y proclamando su autonomía, en armonía con las formas de pensamiento que desde las nuevas teorías estéticas se empezaron a formular.

Lo interesante de este proceso es que, históricamente, ninguna de las formulaciones de la autonomía del arte ha supuesto un completo y efectivo desentendimiento respecto del conjunto de la sociedad.

Por ejemplo en la cultura contemporánea, en la que el arte ha sufrido diversos procesos de transformación, muy acelerados y complejos, muchos de los cuales devinieron incluso en la autodisolución del arte, éste siempre ha tenido que tener como punto de referencia su contacto con un potencial espectador.


El arte y su espectador

Es decir que el arte, necesita de un contexto y un tiempo real. Con la  conquista de su autonomía, el arte deja su esfera privada y accede a una cierta colectividad que desde un tiempo ya, se hace latente en su crítica, su defensa o su ataque y algunas veces en su consenso.

Seguramente el mayor logro de la autonomía del arte haya sido la capacidad de desarrollar una serie de capacidades en el espectador más allá de la mera observación.

Desde el arte conceptual o las manifestaciones artísticas de los años 60’s hasta la expresión del arte feminista o activista se empezó a demostrar la capacidad que tiene el arte de trascender sus circuitos convencionales y pasar a formar parte de la llamada “esfera pública”.

Las nuevas categorías del arte se empezaron a ejercer en una especie de arena de actividad política volviendo nuevamente a redefinirse como un arte que participa en o crea por sí mismo un espacio social, es decir, un espacio en el que asumimos identidades y compromisos.


Tania Bruguera


Visto en perspectiva, el planteamiento y definición del arte ha cambiado radicalmente sus fundamentos. Tengamos en cuenta que los valores y los criterios en los que se basaba el juicio estético dominante antes de la autonomía del arte, se sustentaba fundamentalmente en un conjunto de experiencias vitales reducidas a unos círculos de privilegios sociales y de poder.

Precisamente esos criterios serían los que propiciaron que se excluyera a aquellos grupos de personas (mujeres, etnias raciales, homosexuales, etc) que respondían a otros modelos de creatividad a un lugar secundario en la literatura histórica-artística.

Así, hemos asumido sin más, los criterios de evaluación estética establecidos en la historia del arte institucional.

Una historia que desde hace un tiempo ya demuestra sus fallos, si además convenimos en que el arte ya no es propiedad privada y que va más allá de la mediación y la testimonianza.




Partiendo de la premisa según la cual la sociedad no puede ser un conjunto unitario, sino más bien, un sistema de prácticas diversas y seguramente contrapuestas, el concepto de mayoría se desvanece.

De ahí que el arte, en la contemporaneidad asumiera el rol de catalizador. El arte ya no estaría ahí para producir respuestas definitivas, sino para plantear interrogantes, para producir identidades.

Una importante reacción del arte tras su independencia de los estatutos del poder y la academia fue aquella de poner en evidencia la existencia de particularidades marginadas, porque en el mundo contemporáneo también se ponía de manifiesto que había una democracia objetable, un orden desequilibrado y se hacía evidente la necesidad de cambios.


El sentido de la estética

Parece complicado pero no lo es. Pensemos en lo siguiente, la estética es aquello que nos ocurre cuando nos enfrentamos a ideas que no son reducibles a conceptos, de ahí que la experiencia estética se base en el asombro, en enfrentarse a algo que nuestra razón no espera, de alguna manera es una experiencia que sobrepasa nuestra lógica.

De ahí que el artista adquiera una capacidad constitutiva porque elabora un lenguaje que manifiesta y que le apasiona y a partir de ahí, mediante la obra de arte es capaz de amplificar un sentimiento que el espectador es capaz de admirar.

El placer estético estaría fundamentado entonces en una peripecia por parte del artista en la que al final hay una catarsis por parte del espectador. La obra sería el resultado de un conflicto, un concepto que ya apuntaba Aristóteles en su Poética cuando habla sobre el drama: el dramaturgo crea conflictos que producen acciones.





Recordemos que la estética, antes de convertirse en esa parte de la filosofía que se ocupa de la belleza, tamizada por el intelecto y condicionada una y otra vez por las genealogías históricas, se definía durante la época griega como la experiencia sensorial de la percepción, y en ella estaban involucrados todos los sentidos.

Por todo ello el arte dejó su antigua acepción y empezó a exigir, en un amplio marco, un compromiso en nuestro modo de mirar reclamando la atención sobre nuevas realidades.

La experiencia estética o la obra de arte dejó de basarse en su materialidad para extenderse más allá de la presencia de un objeto. La representación por antonomasia de esta nueva forma de experimentar el arte serían los ready made de Duchamp. El botellero, por ejemplo, no era en sí un objeto artístico sino una propuesta estética. Mediando un discurso, el artista nos propone una experiencia estética de forma diferente intentando obviar las premisas pictóricas o escultóricas de los objetos artísticos per sé.

Marcel Duchamp, “Botellero de hierro”, 1914


El arte conceptual también demostraría que puede existir la experiencia estética sin estar necesariamente mediada exclusivamente por la objetualidad.

La incursión de estas nuevas premisas en el arte no tardó en generar consecuencias formales en las definiciones del arte. El resultado de todo este proceso parece ser que el arte, a lo largo de la historia, se transforma como un organismo vivo, adaptándose al medio en el que habita, adquiriendo nuevas formas y obligado a reinventarse no por agotamiento sino más bien por sus excesos.

Cada vez son más las propuestas artísticas que parten como emisoras de mensajes sugiriéndose a un posible espectador, que se implica en hacer o no una lectura, y de ello dependerá que la obra exista o no. Lo cierto es que el arte parece haberse liberado de alguna manera del fetiche del objeto que la historia formalista del arte había conducido a considerar como la matriz y finalidad última del hacer artístico.

El arte da imágenes al subconsciente, al igual que los sueños aportan imágenes al mundo creativo, así que el arte irrumpe para proponer nuevos horizontes, sin cronologías históricas que demuestran cada vez más su encorsetamiento y dando paso a infinidad de discursos.

Falta mucho aún para asumir que el mundo del arte no es enteramente descriptible ni formalizable.

Siendo el hombre poseedor de un mundo emocional ambiguo, la obra artística actúa desde su autonomía estética como fuerza catalizadora en torno a la cual se constituye toda una red de significados transferibles a la práctica cultural y social.

Con ello el arte nos demuestra su razón de ser y su utilidad como parte de nuestra esencia. Según Kant la sensibilidad sublime es una manifestación que nos hace dolorosamente conscientes de nuestros propios límites, de nuestra inmensa precariedad. El sentimiento de lo sublime es superior a nuestra imaginación porque supera nuestros sentidos.

El espectador de una obra de arte capaz de sobreponerse más allá de sus cualidades físicamente perceptibles aceptará una relación de carácter estético. De la sensibilidad receptiva que asume el espectador dependerá que la obra se legitime o no como un acontecimiento estético.

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