La fragilidad de la cordura

El 8 de mayo de 1889 Vincent Van Gogh ingresaba en el manicomio de Saint Paul de Mausole en Saint Rémy de Provence. Tras su disputa con Gauguin y el famoso incidente de la oreja, Van Gogh abandonaba su querida Casa Amarilla. La gente del pueblo no le quería cerca, le consideraban un personaje excéntrico, raro y peligroso.


Sorrowing Old Man (At Eternity's Gate). Vincent Van Gogh 1890


Debido a una petición firmada por una treintena de ciudadanos, el alcalde de Arles, emite una orden para mantener alejado y bajo vigilancia a Van Gogh.

Será él mismo quien solicite su internamiento en el centro de Saint Paul de Mausole, una institución que conocía gracias a la recomendación que le había hecho un conocido suyo, el reverendo Salles.

Se trataba de uno los tantos centros de internamiento que existían en aquel momento para mantener en aislamiento a los enfermos mentales conocidos en la época como les aliénés (Los alienados).

La cuestión de la exclusión de los locos y de su enfermedad se remonta al Antiguo Régimen en Francia, es decir el período anterior a la Revolución francesa. En ese período, los enfermos mentales eran encerrados en lo que en la época se denominaba “Hospital General”.

Estos lugares creados en el siglo XVII, no eran, ni mucho menos, un hospital o una prisión, eran simplemente lugares de aislamiento donde se encerraba a los pobres, las prostitutas, los locos y los opositores al régimen real. 

A finales del siglo XVIII y principios del XIX, nacieron los llamados “alienistas” en Francia, Inglaterra e Italia. Éstos se ocupaban de estudiar a los pacientes que sufrían "alienación mental" con la esperanza de que mediante una cura de aislamiento pudieran reintegrarse a la sociedad.



Asilo psiquiátrico en Long Island, EEUU, década de 1950


De ahí que, rápidamente, en el curso del siglo XIX, se crearan enormes concentraciones asilares en las cuales se va a encerrar a la gente, a veces de por vida. Y así, el aislamiento, la pobreza y la masificación fueron las características de estos centros hasta bien entrado el siglo XX.

El filósofo Michel Foucault, a mediados del siglo XX, analizaba el surgimiento de lo que él denomina el “personaje médico” y la creación del asilo para enfermos mentales. Mediante un concienzudo análisis, explica como esta institución no es más que una nueva versión de la domesticación.

Foucault considera al manicomio como un instrumento del Estado, establecido para silenciar a quienes, con su manera de pensar, sentir o comportarse, cuestionaban o amenazaban los valores de las clases dominantes. Lejos de constituirse en una institución terapéutica, el manicomio desgarró la vida de quienes tuvieron la mala fortuna de ser encerrados tras sus impenetrables muros.

El caso de la escultora Camille Claudel es un trágico ejemplo de ello. La artista tuvo la mala fortuna nacer en la sociedad de fin de siglo de Francia, una época cerrada y misógina. Ser artista y mujer no era algo que entrara en los parámetros de la lógica en el ámbito de la producción escultórica de aquel tiempo, era una desviación. La escultura suponía un enorme esfuerzo físico, era un oficio sucio, que requería fuerza, destreza y vitalidad, todos atributos de la masculinidad.



Camille Claudel
Fue una mujer que nunca quiso adaptarse a las convenciones burguesas de su entorno y peleó con sus manos, con su talento y con su deseo de libertad. Su carácter obstinado e indómito chocó con todas las estructuras de su época.

Siendo amante de Rodin alcanza cierta fama. Su escultura, llena de fuerza y sensualidad, profunda y deslumbrante llega a ser promocionada por varios artistas de la época.

Fue altamente reconocida por el mundo artístico, y sin duda ello contribuyó a que Auguste Rodin se sintiera amenazado por el avance de su discípula, el maestro temía que le hiciese sombra y por ello nunca le ayudó a salir adelante y le abandona.

Tras enfrentarse a un mundo de hombres para defender su trabajo artístico, sus problemas personales con Rodin y con su propia familia tratando de defender su trabajo y su libertad intelectual terminaron por quebrantar su salud.



Sola y sin recursos, Camille comienza a sufrir graves crisis nerviosas que se agudizan. Un día, con una orden de la propia familia Claudel, irrumpen en el taller de la artista unos enfermeros que se la llevan para ser ingresada en un centro psiquiátrico donde permanecerá los treinta años que le quedan de vida.

Lúcida y desesperada, Camille escribió numerosas cartas, pidiendo que le sacaran de allí. Pero pese a sus quejas desgarradoras y a la opinión de los médicos que con el tiempo empezaron a considerar poco necesario mantenerla encerrada, la familia Claudel nunca accedió a sus ruegos. Camille nunca pudo volver a esculpir.



L'Homme penché. Camille Claudel,1886 

Por aquel entonces, en Francia se ejercían las peores prácticas psiquiátricas. La artista simplemente no podía tener razón en defender que era una gran escultora y que se le había ninguneado.

Habría tenido momentos de delirio, pero seguramente tuvo muchos más de lucidez, tal como prueban sus cartas, donde denuncia la injusticia de su encierro contra su voluntad y en las que reclama su libertad.

Muere en 1943 y es enterrada en una tumba sin nombre, en el cementerio del psiquiátrico de Montdevergues. Tiempo después, cuando la familia decide rescatar su tumba, se encuentra con que el sanatorio había hecho unas obras y los restos de los pacientes olvidados habían desaparecido para siempre. 

Entre 1940 y 1945, los centros psiquiátricos públicos, dependientes del gobierno colaboracionista de Vichy bajo el mando del mariscal Pétain, dejaron morir de hambre a unas 45.000 personas. Camille Claudel se convierte en una víctima más de esas 45.000 que murieron de hambre en los sanatorios psiquiátricos franceses.


Manicomio de Montdevergues



Ser diferente

Foucault rastreó en el racionalismo del siglo XVII las raíces del proceso que redujo la locura al silencio y que se plasmó en el llamado Gran Encierro, un movimiento por el cual, a partir de 1656, fueron confinados en París todos aquellos que portaban la bandera de la sinrazón, entre ellos, criminales, prostitutas, mendigos, librepensadores, blasfemos, homosexuales y locos, claramente los diferentes y peligrosos. 

Incluso se afirmó que el alienismo fue la primera "medicina social" porque utilizó el manicomio como un "laboratorio" para experimentar dispositivos de resocialización de los individuos y para ensayar técnicas de control, de ahí que su aportación no estaría en el campo de la ciencia, sino en las formas de intervención para mantener el orden.

En el siglo XVIII, eran las autoridades municipales las que debían emitir la orden de ingreso en un manicomio, y lo hacían no por razones médicas sino de seguridad ciudadana. Este sería, como vimos al principio, el caso de Vincent Van Gogh.

La insensatez de alguien que no actuara conforme al común de la gente o que se alejara de los parámetros de la normalidad también era considerado un peligro para sí mismo o para los demás y de ahí que fuese la autoridad la encargada de ser garante de orden y defensa.

Pintores, hombres de letras, prostitutas y libre pensadores podían según las circunstancias entrar en esta categoría de enfermo o peligroso y ser segregado de la comunidad.



Autoretrato. Vincent Van Gogh, 1889


En su significado literal, el manicomio sería ese territorio destinado a cuidar, o más bien a vigilar, a peligrosos y diferentes.

A propósito, el psiquiatra Roy Porter comenta que todas las sociedades identifican a los seres diferentes. Casi siempre los creen peligrosos, de ahí se sigue el apartarlos para después buscar las causas que expliquen esa desviación de la normalidad. Es por ello que este lugar de la locura ha sido percibido como un espacio para silenciar a todos aquellos cuya manera de pensar, sentir o comportarse resulta intolerable o amenazante para la sociedad.



Los diagnósticos

Así, dentro de la amplia cantidad de casos de personas del mundo del arte, de las letras, o simplemente de aquellos que pensaban o actuaban diferente y que fueron ingresados en centros psiquiátricos, es interesante el tema de aquello que se diagnosticaba como enfermedad.

Los diagnósticos médicos eran más reveladores del sistema social al que pertenecía el enfermo que del individuo, de cómo la sociedad reaccionaba frente a los comportamientos no convencionales.

En muchos casos el diagnóstico médico no hacía sino corroborar el que ya se había dado en el seno familiar conforme a sus propios valores tal y como hemos visto en el caso de Camille Claudel.

Aunque los psiquiatras percibían las peticiones por orden de la familia como menos coercitivas que las ordenadas por la policía, en realidad, la familia favorecía el internamiento por razones extra médicas, fundamentalmente porque algún miembro de la familia tenía un comportamiento considerado socialmente indigno, escandaloso o infame.

Usualmente los médicos se veían envueltos en problemas familiares porque los ingresos de estos enfermos solían ir precedidos de crisis o tensiones en el seno familiar. En algunos casos, los propios parientes rechazaron las altas e incluso se ofrecían a pagar para que un familiar que suponía una carga, no abandonara la institución. 

Pensemos en lo que suponía ser declarado incómodo en una época en la que por ejemplo “La histeria” era declarada como desorden mental femenino. Aquellas mujeres con interés por la educación, el trabajo, la justicia social o cualquier otra reivindicación feminista eran diagnosticadas de "envidia de pene".

En el caso de Camille Claudel, ser escultora en la sociedad de fin de siglo era una desviación. Críticos del momento se sorprendían del carácter “masculino” de muchas de sus obras. Sus contemporáneos y hasta el propio Rodin, la consideraban un hombre, debido a su fuerza creadora y a su brío intelectual. Ninguna de estas características eran normales para una mujer de su época y por ello el diagnóstico de Camille Claudel fue “una sistemática manía persecutoria acompañada de delirios de grandeza”.


Camille Claudel, 1864 - 1943

Otro caso muy revelador es el de la artista Leonora Carrington. Pintora y escritora inglesa, nacida en el seno de una buena familia. Debido a su comportamiento siempre rebelde, fue expulsada varias veces de los internados religiosos donde estudiaba acusada de excéntrica a causa de alguna deficiencia mental. A los 19 años, Leonora se fuga a París con el pintor Marx Ernst, que era 26 años mayor que ella. Por su puesto fue repudiada por el padre y el resto de la familia se avergonzaba de ella. 

En 1940 Marx Ernst es capturado y enviado a una campo de concentración, por lo que Leonora Carrington se ve obligada a huir de Francia, asustada y con graves crisis nerviosas consigue llegar a España pero, debido a una gestión de su padre en confabulación con la policía inglesa, al llegar a España es obligada a ser internada en un hospital psiquiátrico de Santander donde la diagnosticaron como “irremediablemente loca”.



Leonora Carrington, 1917 - 2011

Allí es tratada con fuertes dosis de Cardiazol, un estimulante convulsivo que provoca en los pacientes una sensación de “muerte inminente”.

Por suerte, Leonora Carrington consigue escapar a México cuando sus padres pensaban llevarla a otra institución mental de Sudáfrica. En México, Leonora Carrington se recupera. Hoy es reconocida como una de las grandes figuras del surrealismo destacando también en su faceta de escritora donde narra en detalle su paso por el hospital psiquiátrico de Santander.



Los tratamientos

El asilo constituirá un terrible lugar de enfermedad y de alienación. No en pocos manicomios de finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, nos encontramos con pacientes hacinados, en condiciones insalubres de alojamiento, sin recibir ningún tipo de atención médica ni de rehabilitación, incomunicados en celdas de aislamiento sin rastro de un trato digno de humanidad.

Proliferaron las terapias de choque que estuvieron vigentes desde la década de 1930, se trataba de un mundo desolado donde el enfermo mental yace en la más absoluta inactividad, expuesto a toda suerte de abusos, encerrado contra su voluntad y sometido al poder de un saber médico. 

En una de las cartas que Van Gogh escribe a su hermano Theo, contaba: “Ha llegado un paciente nuevo. Está agitado y lo rompe todo, grita día y noche, se rompió la camisa de fuerza y hasta ahora, aunque lo tienen todo el día en una bañera, no se ha calmado en absoluto, ha destruido la cama y todo lo que había en la habitación, tira la comida...Es muy triste de ver….”

En tiempos de Van Gogh los tratamientos son bastante rudimentarios. En las bañeras se practicaba la hidroterapia: el enfermo es inmerso en una bañera llena de agua fría, que según la ciencia del tiempo sirve para aplacar los ataques. A fines del siglo XIX no existen ni los análisis o la psicoterapia, los enfermos mentales son pobres criaturas, tratadas con bromuro, purgas y sangrías cuando no atadas a una cama o al techo dentro de auténticas jaulas de tortura donde eran dejados hasta que se calmaban.





También Van Gogh habría sufrido estos métodos con coraje y paciencia. Entre los enfermos de Saint Paul de Mausole, Vincent Van Gogh parece el más sano, con comportamientos poco extremos y concentrado en su mayor ocupación: pintar. 

“Trabajo sin parar de la mañana a la noche, día a día, me encierro para no tener distracciones”. Declaraba el artista en una carta escrita a Theo desde Saint Paul de Mausole.

El electroshock, la lobotomía o la insulina estaban dentro de los métodos habituales para tratar a los pacientes.

Los manicomios eran lugares de exclusión, llenos de dolor, abandono e incomprensión.

En nombre de la "terapéutica del trabajo", algunos de estos centros se convirtieron en verdaderas empresas agrícolas sostenidas con la mano de obra gratuita de los enfermos.

La psiquiatra Danièle Sabourin Sivadon, a propósito de su experiencia en uno de los grandes asilos parisinos, comentaba:

“En Maison Blanche me ocupé del pabellón de los crónicos: unas sesenta mujeres, en la cama todo el día; la mitad de ellas, sujetas a sus camas con brazaletes. No se podía subir a los pisos, porque apestaban los seniles, despedían un olor increíble, todo olía a mierda. Cuando leí las historias clínicas, quedé espantada, eran mujeres que estaban allí desde hacía 30 ó 40 años, en los informes médicos se leía: estable, mismo tratamiento. Cuando el médico revisaba la historia clínica no veía al enfermo, redactaba las conclusiones desde su consultorio, y así todos los años. Escribían siempre lo mismo: enfermo tranquilo, que duerme bien… o por el contrario: enfermo sucio, incontinente. No había nunca nada acerca de lo que los enfermos podían pensar o decir, era terrible. Y todo se terminaba un día con el certificado de defunción”.

Otro ejemplo dentro del mundo del arte es el de Séraphine Louis. Había nacido el mismo año que Camille Claudel, y que al igual que ella vivió sus últimos años de vida internada en un asilo mental. También conocida como Séraphine de Senlis fue una pintora francesa de estilo naïf.



Séraphine de Senlis, 1864 - 1942


Sus obras son composiciones de flores y frutas muy originales y personales, pero sobretodo de una sensibilidad extrema, como su autora. Séraphine murió el 11 de diciembre de 1942, a los 78 años, en el hospital de Villers-sous-Erquery, a causa de dosis masivas de tranquilizantes, de privaciones físicas y de la falta de alimento, una víctima más del desastre durante el gobierno colaboracionista de Vichy en la II Guerra Mundial de consecuencias fatales para los miles de hombres y mujeres que vivían en centros psiquiátricos. Al igual que Camille Claudel, Séraphine fue enterrada en una fosa común.

En definitiva, el análisis de Foucault es absolutamente revelador, el asilo no era ni mucho menos en espacio para la observación, el diagnóstico o la terapéutica. Se trataba más bien de un espacio judicial, donde se acusaba, juzgaba y condenaba, y donde la única versión que se permitía era aquella que se ajustara a la convención de los demás o quizá dónde la única salida era el arrepentimiento.

Alguna vez, el famoso doctor Pinel afirmaba que esencialmente, subsiste siempre una parte de razón en el loco, incluso en el más alienado de los insensatos, y es a esa razón que hay que dirigir la atención para curarlo. 

Se tardó mucho tiempo y hubo muchas víctimas en el camino lento y hostil que supuso la revaloración del tema de la diferencia y de la locura.

En 1958, entró en vigor la Ley 180 que abolió la institución mental en Italia. El principal protagonista de esta ley fue el psiquiatra Franco Basaglia. Un personaje fundamental en el reconocimiento de la locura como una situación de compromiso y no de exclusión.

Según Hegel, el hombre “tiene por así decir, el privilegio de la locura”. Más adelante, desde el surrealismo, se jugó un rol importante en este proceso. Sus indagaciones sobre la locura, el subconsciente y la valoración de la misma como espacio de liberación fueron importantísimas para empezar a plantear cómo integrar la locura en la ciudad y no un fenómeno de exclusión o de represión social.

Tal vez para encarar el tema con dignidad hay que, en principio, considerar la locura como parte de la naturaleza humana y no solamente una estrada errada. 

Los manicomios encerraron el arte muchas veces, en nombre de la “higiene mental”. Durante la Segunda Guerra Mundial, los manicomios se llenaron de artistas del llamado por Hitler “Arte Degenerado”, de homosexuales y todo de todo tipo de opositores políticos.




Arte Degenerado. No tocar por favor!

Van Gogh pintó algunas de sus mejores obras mientras estaba internado y bajo tratamiento. Leía muchísimo, en todas las lenguas que conocía, francés, alemán, inglés y holandés. Pedía continuamente que le trajesen libros: leía a Voltaire, a Los Hermanos Goncourt o Émile Zola entre otros, se nutría de exquisita literatura contemporánea.

Era un observador atento y minucioso, contemplaba el campo de trigo que se veía desde el sanatorio, analizaba atentamente como afectaba a éste el paso del tiempo, los cambios de luz que se producían y lo pintaba sin cesar.

Me pregunto cuántos de nosotros estaríamos en grado de dedicarnos a un proyecto así de meditado y preciso estando en un manicomio, entre baños de agua helada, medicación y tratamientos dolorosos.

El arte salva al artista o lo condena? Parece ser que la fragilidad de la cordura nos deja al borde del precipicio.


Campo de trigo con cipreses. Vincent Van Gogh, 1889

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