El faraón hereje

El mundo del Antiguo Egipto estuvo marcado por la particular cosmovisión, la vida espiritual y el planteamiento sobre la muerte que tenían sus gentes. Durante sus aproximadamente 3000 años de pervivencia, la civilización egipcia fue politeísta, los antiguos egipcios basaron sus creencias en diversos dioses a los que asignaron funciones específicas para cada una de sus advocaciones. Las diversas representaciones que adjudicaron a las divinidades de su gran panteón poblaron templos y tumbas para postergar por la eternidad su presencia. Esa eternidad nos ha tocado y hoy, podemos ser testigos de fantásticos relieves, pinturas, esculturas y arquitecturas que en su tiempo atestiguaron estas creencias ancestrales.

Esta forma de entender el mundo fue una constante para la civilización egipcia, pues permaneció prácticamente invariable durante siglos, pero hubo un importante y magnífico paréntesis; éste fue durante el reinado del faraón Amenofis IV, el décimo de la dinastía XVIII de Egipto entre los años 1353 y 1336 a. C.
Amenofis IV. Faraón de la Dinastía XVIII Imperio Nuevo de Egipto

Al poco tiempo de ser proclamado faraón, en los primeros años de su reinado, Amenofis IV decidió iniciar una revolución religiosa decretando el culto a un único dios llamado Atón, creando así la primera religión monoteísta conocida y generando con esta decisión una importante revolución social, política y cultural en Egipto.

El dios Atón significa “la luz que inunda el mundo y lo llena todo de vida”, se representa como un gran disco solar del que salen rayos de forma radial acompañado del uraeus y del signo de la vida, las terminaciones de los rayos solares están conformados por unas pequeñas manos proyectadas hacia abajo como símbolo de protección. Comparado con los anteriores, Atón, fue un dios solitario y abstracto, sin forma ni voz del cual el faraón fue su profeta. Amenofis IV se hizo responsable de la resolución de proclamarlo como única divinidad sobre el resto de dioses radicalizando su postura con la prohibición del culto a Amón, principal deidad hasta entonces del mundo Egipto. 

Atón. Dios sol

La esposa del faraón, Nefertiti, fue considerada a la par que el soberano, poseyó una función mediadora y adquirió manifestaciones de culto como las de Amenofis IV consiguiendo gracias a ello la mayor influencia de la que ninguna otra soberana había gozado en Egipto.

Nefertiti. Esposa Real de Amenofis IV. Dinastía XVIII de Egipto

En un principio Amenofis IV mandó construir un templo de proporciones gigantescas para Atón en Karnak cuya peculiaridad consistía en la ausencia de cubierta para que su morador, la luz, pudiese entrar sin ningún obstáculo. Pero al parecer este templo se quedó pequeño, entonces el faraón emprende la construcción de una ciudad de nueva planta a la que llama Akhetatón y a la cual traslada la capital del reino.

Esta ciudad, situada en un lugar entre el Alto y el Bajo Egipto llamado Amarna, fue la ciudad de Atón, la ciudad de la luz, y en ella el faraón decidió cambiar su nombre Amenofis (Amenhotep), alusivo al dios Amón, por el de Akhenatón.

A partir de este momento la revolución se radicaliza. Akhenatón decide finalizar la continuidad de diversos cultos que en algunos casos se seguián practicando y cerró templos, reemplazó el selecto y antiguo clero al igual que a los altos funcionarios del reino.

En el ámbito artístico esta importante renovación no fue la excepción. El reinado de Akhenatón supuso el periodo de mayor libertad y expresividad en las representaciones artísticas alejándose del formalismo arcaico anterior, que propugnaba por la idealización del faraón. El nuevo soberano promovió una expresión más naturalista y cercana de los miembros de la corte procurando mostrarse de manera cotidiana y siempre en familia. Akhenatón no pretendía embellecerse, solicitaba ser retratado tal cual era en la vida real, razón por la cual los rostros presentan un tratamiento individualizado y un tratamiento cercano y cariñoso entre los miembros de la familia.

Sin embargo es importante resaltar que su rostro en las efigies aparece con rasgos exagerados y un tanto caricaturizados: nariz larga y estrecha, ojos rasgados, pómulos muy marcados, comisuras profundas y labios gruesos y perfilados en un rostro bastante alargado que se prolonga en una extensa barba ceremonial. Todos estos rasgos constituyeron un elevado canon estético que se repitió en diversas representaciones del faraón.




Fue un momento de gran innovación y transformación en la forma de hacer arte, inigualable, en toda la historia de la cultura egipcia.

En el sistema teocrático de Akhenatón la imagen de la familia como representante de la divinidad en la tierra fue el pilar de la política y la cultura; la nueva religión, con un único dios protector de todas la criaturas e irradiador de afecto a todos sus seres, difundió la consideración de todos los hombres (excepto el faraón) como iguales, éste fue el referente teológico de la nueva doctrina representado a través de la figura del faraón y su familia. Fue una religión que favoreció la popularización del culto, que ya no dependía de los sacerdotes.

La familia de Akhenatón

Así, y como era de esperar, la nueva creencia implantada por Akhenatón generó pronto animadversión entre la aristocracia y hostilidad en el antiguo clero. Tras la muerte del faraón, la falta de un heredero varón y la fragilidad de un culto que no terminó de convencer sepultó de forma definitiva la religión impuesta por el poder de Akhenatón.

Aproximadamente medio siglo después, Ramsés II mandó derribar todos los templos que había construido Akhenatón para reutilizar la piedra en sus propias construcciones, solo gracias a imágenes encontradas en tumbas de altos funcionarios de Amarna podemos darnos una idea de cómo era el Gran Templo de Atón, al igual que ofrendas o altares procedentes de algunas viviendas de la ciudad.

Altar procedente de una de las casas de Akhetatón

Akenatón, llamado el “faraón hereje”, fue el creador de una religión efímera que lo trastocó todo y de la cual sólo nos quedan algunos vestigios y la asombrosa historia de un hombre interesante, capaz de revolucionar las ideas de su cultura sólidamente implantadas durante más de un milenio, reformador de un imperio, valiente y renovador, aunque fuese tan solo por un pequeño paréntesis de 17 años de duración en una historia Egipcia que se extendió por más de tres milenios.

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